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Los “duelos” que valen la pena: Larrañaga se interna en los barrios

Los disparos resonaron sin mayores sobresaltos, casi confundidos en el transcurrir cotidiano del paisaje; imperceptibles para una comunidad resignada a convivir con esa realidad.
Mientras tanto, a escasos 20 metros de allí, las miradas que permanecía inmutables ante el delito, como un hecho corriente y naturalizado, se posaban expectantes en la visita, para muchos inesperada.

Recibido espontáneamente por un grupo de chiquitos inquietos, que corrían despreocupadamente en medio de sus pasos, Jorge Larrañaga le tomó el pulso al barrio Casavalle. Empecinado no sólo en revertir la exclusión social sino institucional a la cual ha sido relegada esa emblemática zona de Montevideo, el líder de Alianza se detuvo en cada detalle.

Es que para Larrañaga, no hay otro modo de establecer su hoja de ruta que siendo testigo de aquello que necesariamente debe ser atendido.
Quizás la responsabilidad a tan temprana edad, cuando con poco más de 30 años la población de Paysandú lo eligió para conducir los destinos del departamento, hayan moldeado la esencia de este hombre de modo tal, que no se permita mirar hacia un costado cuando la realidad golpea los ojos.

Así como ocurriera con el vecino más alejado de la capital sanducera al que visitó una y otra vez, y por el cual se desveló para brindarle los mismos servicios que se otorgaban en el centro; así Larrañaga se mueve en Montevideo donde no admite el abandono selectivo o el destierro de quienes precisamente más requieren del apoyo estatal.
Y así lo sintió la comunidad del barrio, desde donde percibieron su preocupación y por primera vez, en mucho tiempo, recuperaron la confianza frente a una devaluada clase política que ni siquiera los registra.

Fue entonces que, tímidamente primero, y más enérgicamente después, los abuelos le contaron sobre las dificultades que atraviesan, la marginalidad a la que los condenan sus magras pasividades y la precaria asistencia sanitaria; las madres le hablaron casi en un ruego desde sus corazones desgarrados sobre la problemática de las drogas que atraviesa la vida de sus muchachos, y no faltó ese padre de familia que apoyó firme la mano sobre su hombro y en un severo gesto de reclamo, le contó del tiempo que lleva desempleado.

Jorge Larrañaga tomó nota de cada palabra, de cada planteo, de cada necesidad sobre la cual trabajará, hoy limitado por las circunstancias, pero afirmado en la convicción que de acceder al gobierno nacional regresará a mirar esas mismas caras, como lo hiciera con sus vecinos de Paysandú, y el compromiso quedará sellado como hombre de tierra adentro, y a la vieja usanza en ese apretón de manos, más fiel que cualquier discurso y más confiable que cualquier otro documento.

Cuando finalmente se despidió, los ecos de aquellos disparos que escuchó claramente al ingresar “Al Casavalle” le afirmaron en la convicción que los verdaderos duelos, aquellos por los que vale la pena jugarse entero, están precisamente en dejar hasta el último aliento en batirse con el abandono, con la exclusión, con la marginalidad y la hipocresía del panfleto oportunista y rescatar esas madres, esos niños, esos abuelos, esos padres de familia y devolverles el país que, como cada uruguayo de este país, simplemente se merece.

Por Karina Caputi

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