Se trata de lo justo

La actividad política, fundamentalmente, trata de buscar lo justo. Todo lo demás es accesorio.

Estamos iniciando un año electoral, donde como pocas veces va quedando palmariamente claro que hay dos modelos bien distintos sobre cómo concebimos la noción de justicia.

En el fondo, más allá de la colección de discrepancias puntuales que puedan esgrimirse, la diferencia es esa, en cómo concebimos que la libertad y la igualdad deben construir justicia.

Quienes consideramos que la mayor herramienta para asegurar la igualdad de oportunidades es la educación, que es con oportunidades educativas que se logra romper el determinismo y quebrar que el origen de un muchacho le marque inexorablemente su destino, consideramos que el fracaso del Gobierno en educación es el fracaso de la sociedad y la hipoteca del porvenir.

El país precisa más que ajustes mejoras de gestión.

El país precisa un cambio de rumbo que venga acompañado con la regeneración de ciertos Valores imprescindibles para ganar calidad en nuestra convivencia.

Si alguien cree que el problema del Uruguay es el déficit fiscal, le erra. Por supuesto que tener un déficit como el que tiene el país es un problema -enorme-, pero es una consecuencia, no una causa. El asunto de fondo está en otro lado, en el cómo y para qué (y para quienes) usamos el Estado y sobre todo como se relaciona ese Estado con nosotros como ciudadanos.

Ha quedado claro que en Uruguay hay dos proyectos bien distintos.

Por un lado están quienes consideran que la libertad del individuo se expresa, por ejemplo, en el derecho a vivir en la calle, que es justo que eso pase. Consideran que si alguien en situación de calle se le ocurre habitar la entrada de una casa o instalarse en una esquina, tiene derecho a eso. Que todos los otros que vivimos en esta sociedad -y el Estado-, tenemos que tolerar ese derecho. ¿Será tan así? ¿La sociedad, los ¨otros¨, -nosotros-, no importamos en este contrato de vivir juntos que supone un país? ¿esos ¨otros¨ no tienen derechos?

Los mismos que traducen la libertad en el derecho a vivir en la calle, a la vez, imponen compulsivamente la inclusión financiera y cercenan el derecho a elegir la mutualista que atenderá tu salud. Esas cuestiones evidencian que no comprenden -al menos no como nosotros- el sentido de la libertad. Consideran justo que el Estado nos diga cómo manejar nuestra plata  o cuándo cambiar de mutualista.

Son los mismos que no creen en la cultura del mérito y el esfuerzo, consideran que la igualdad se asegura asfixiando el sentido de superación. No les interesa asegurar la igualdad de oportunidades, sino la igualdad de resultados, por eso les parece justo proponer que los abanderados en la escuela sean los más populares, no los mejores.

Los mismos cuyo esquema ideológico considera justo que los sindicatos -los intereses sindicales- manden en la educación de los uruguayos, que manden por encima de los poderes republicanos.

Los mismos que les parece justo que haya ocupaciones de los lugares de trabajo en el ámbito privado (pero en el público, donde gobiernan, no es justo).

Los mismos que consideran justo que el Estado apriete, ahogue y sofoque al que produce, al que emprende. 

Los que creen que la sociedad es responsable -culpable- por los delincuentes, y por tanto hay que ser indulgentes con el delito, que consideran que ha sido la sociedad la que ha fallado, y  ahora poco menos que debe soportar que los delincuentes hagan una especie de ¨expropiación¨ violenta, una suerte de revancha.

Aquellos que pregonan que cuidar a la gente suponen soluciones de derecha cuando se trata de respeto y el legítimo derecho a vivir en paz.

Los mismos que consideran que hay dictaduras justas, si el Dictador es amigo.

Los que ponen el Estado al servicio de una multinacional al mismo tiempo que ahogan la producción y el trabajo de los uruguayos.

Los que no comprenden al campo y su trascendencia como forma de vida, los que no aceptan la identidad agroexportadora del país, y los que han permitido el mayor proceso de extranjerización de la tierra de nuestra historia.

Los orientales tienen que saber que hay un proyecto bien distinto que desafía y pone en cuestión a la actual mayoría que gobierna, pero más que eso, que desafía y pone en cuestión al entramado ideológico y filosófico que la sustenta.

Los orientales tienen que saber que estamos quienes queremos llevar el país hacia otra dirección, que haya un cambio fuerte y radical, que queremos iniciar una tarea regenerativa y superadora.

Quienes concebimos al Estado para ayudar, no para ponerle la pata arriba al que trabaja. Quienes sabemos que el Estado es un medio y no un fin. 

Quienes estamos convencidos que el país precisa recuperar la cultura del mérito y del esfuerzo y salirse de la cultura del pobrismo y el emparejar para abajo. Que sin trabajo no hay desarrollo.

Quienes consideramos que poner orden es lo justo, porque es ser justos con los honesto. Que es justo que el Estado cuide a la gente honesta y trabajadora que no tiene la culpa de las fallas del sistema. 

Quienes creemos que si el Estado abandona su función primordial de brindar seguridad se comete una injusticia -principalmente con los que menos tienen-, con los que no pueden pagarse ni seguridad privada ni irse a vivir en un barrio privado.

Los orientales tienen que saber que estamos quienes no tenemos amigos dictadores.

Vamos a tener 15 años de Gobierno del Frente. 

15 años de un modelo que ha logrado degradar las instituciones y lo jurídico, subordinando todo al mandato político; que ha buscado crear un relato para no hablar de realidades.

Ya hemos visto sus frutos. Ya conocíamos su raíces.

Los orientales tienen que saber que con el Frente, nos separan sus raíces y sus frutos.

No somos lo mismo; somos quienes creemos que recuperar el respeto es el mayor desafío cultural, para recuperar al Uruguay en su sentido de comunidad espiritual, para ser un país que se respete a sí mismo.

Vamos a cambiar, orientales, sin miedo.

 

 Jorge Larrañaga

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