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Piñeyrúa: “O nos subimos al mundo o estaremos comprometiendo el progreso de las futuras generaciones”.

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Palabras de la senadora Ana Lía Piñeyrúa en la comparecencia del Ministro de Relaciones Exteriores, Rodolfo Nin Novoa, respecto al abandono del país de las negociaciones del TISA (Trade in Services Agreement).

Señora presidenta: nosotros hemos acompañado esta interpelación –creo que ha quedado muy claro– no para discutir aquí sobre la crisis de 2002, la pobreza, los indicadores sociales u otros temas, sino sobre la política exterior del Uruguay.

Creo que es saludable para la democracia y para el Uruguay que el Parlamento de nuestro país tenga una inquietud puntual sobre el rumbo de nuestra política exterior y, concretamente, sobre los fundamentos para abandonar las negociaciones del TISA.

Nunca hemos rehuido los otros debates, pero hoy no han sido planteados aquí por nadie ni queremos abordarlos.

El Partido Nacional ha demostrado a lo largo de toda su historia un permanente desvelo por la política exterior, porque la ve como un ingrediente insoslayable de nuestra independencia y de la soberanía nacional. Y es por ello que desde siempre ha concebido la política exterior como una política de Estado que supere la coyuntura, que supere los límites de un período de gobierno, que supere las visiones partidarias y que sea el resultado del consenso de las fuerzas que integran el sistema político, más allá de los mecanismos de consulta o de participación que cada partido político se dé y que es loable que los tenga; debe ser una política de Estado que marque un rumbo, que genere certidumbre y previsibilidad a los ciudadanos, a las empresas, a los inversores y a las futuras generaciones en general.

Esta característica de política de Estado de la política exterior del Uruguay democrático fue una constante en la política exterior del Uruguay democrático –contrariamente a lo que se dijo acá– hasta que asumió el gobierno del Frente Amplio. Allí dejó de haber consensos, dejó de haber discusiones, y la política exterior se volvió una política errática, más fundada en ideologías y en amiguismos políticos que en mirar los intereses generales del país y de sus ciudadanos.

Como ya se ha señalado, dejamos pasar la discusión del tratado de libre comercio con los Estados Unidos, en un momento en el cual el canciller y algunos sectores del Frente Amplio se oponían y el ministro de Economía y Finanzas y el presidente lo defendían.

Esa situación interna ha sido una constante en muchos temas relevantes, no solo en lo referente a la política exterior. Por eso me parece importante aclarar algo que sobrevoló esta interpelación y que se ha instalado en las cabezas de muchos ciudadanos: que dentro del Frente Amplio hay sectores más pragmáticos que otros; que hay sectores más conservadores y otros más renovadores, y que hay sectores más radicales y otros más moderados. A la hora de la verdad, el Frente Amplio es uno solo y son todos lo mismo. Y es importante que esto quede claro para no inducir a la ciudadanía a esa confusión. No hay tal división, porque en el campo de la acción –hecho en el que insisten mucho sus integrantes– hay unidad de acción, salvando algunas excepciones como lo que acaba de suceder en la Cámara de Representantes o en un episodio parlamentario en el que discutíamos una reforma a la ley de caducidad en el período pasado.

Cuando nada conocíamos del TISA, nos enteramos, al principio de esta Administración, de que el Gobierno del entonces presidente Mujica había resuelto participar de las negociaciones que se llevaban adelante para concretarlo y de que así lo había comunicado a su Consejo de Ministros. El presidente Mujica no convocó en su momento al plenario del Frente Amplio para consultar esta decisión. Y yo, luego de escuchar algunas afirmaciones que se han hecho hoy en Sala, me pregunto: el entonces presidente Mujica, ¿no era un hombre de partido? ¿O pensó que las decisiones gravitantes en materia de política exterior debían ser asumidas por el Poder Ejecutivo y no delegadas en el plenario de su fuerza política? No era, entonces, Mujica un hombre de partido.

No tardó en aparecer –y no voy a reiterar lo que fueron los hechos de esos tiempos– una virulenta declaración firmada por legisladores del partido de Gobierno, por dirigentes sindicales, por académicos, por el rector de la Universidad y, curiosamente, por ministros que participaron del Consejo de Ministros en el que el presidente Mujica anunció que se habían iniciado las negociaciones por el TISA y que, aparentemente, no dijeron nada. Por lo menos, esa fue la versión oficial.
No entraremos en detalles sobre el culebrón entre el entonces canciller Almagro y el PIT-CNT sobre si habían sido avisados o no de estos pasos que el Poder Ejecutivo había dado en este sentido. Nos preguntamos si la misma preocupación existió acerca de si habían sido consultados los sectores productivos, en especial, los vinculados a los servicios. Incluso, hubo un paro general por el tema del TISA.

Pero lo más preocupante y llamativo en ese momento fue la actitud del presidente de la república, del presidente de todos los uruguayos. Porque cuando un presidente es electo por la mayoría de los uruguayos, pasa a ser el presidente de todos los uruguayos. Me refiero a la decisión del presidente, que anunció que la decisión de continuar o no en las negociaciones del TISA –no de aprobarlo o no, algo que no está planteado en el futuro inmediato– iba a tomarla su fuerza política.

Debo aclarar que la delegación de atribuciones del Poder Ejecutivo y del Parlamento en el plenario de una fuerza política es siempre cuestionable. Y la hubiéramos cuestionado siempre, fuera cual fuera el resultado. No estamos de acuerdo con el resultado, pero la cuestionamos igual aunque el resultado hubiera sido el que nosotros pensamos que debió haber sido.

Es así que en setiembre, la mayoría del Frente Amplio –que no representa a la mayoría de los uruguayos– sustituyó al Gobierno y, lo que es más grave, a los representantes de los ciudadanos y tomó una de las decisiones más importantes que se han adoptado en los últimos tiempos en materia de política exterior: retirarse de las negociaciones para la concreción del TISA.

Cabe recordar que el TISA –se ha dicho aquí en Sala, pero lo planteo resumidamente– abarca el 70 % del comercio internacional de servicios y a 25 países. Además, los servicios son el 50 % del PBI del Uruguay y constituyen el 26 % de las exportaciones locales. Esto indica que nuestra situación está más cercana a los países que hoy están negociando el TISA que a los que han quedado fuera de él.

El canciller, el ministro de Economía y Finanzas y algunos otros jerarcas y sectores del Frente Amplio quedaron en minoría. Y el Parlamento, fundamentalmente el Parlamento, quedó desairado, porque la mayoría del plenario del Frente Amplio se interpuso y evitó la discusión parlamentaria que, inexorablemente, se habría dado, porque nuestra Constitución exige que los tratados tengan la aprobación del Parlamento. La mayoría del plenario del Frente Amplio evitó la discusión y el pronunciamiento democrático de los representantes del pueblo, y es ahí donde se da la gravedad en materia institucional, debido a la forma en que se adopta esta decisión.

Días atrás se concretó el Acuerdo comercial transpacífico –al que hacía referencia la señora senadora Alonso y, por lo tanto, me exime de entrar en mayores detalles–, del que también hemos quedado fuera. Por lo menos, por el momento estamos afuera y nada hace pensar –ni siquiera las declaraciones del ministro de Economía y Finanzas que leí ayer– que podamos insertarnos en ese tratado, que supone un mejoramiento radical a nivel de innovación, de promoción de las inversiones, de creación de empleo y desarrollo y crecimiento económico para todos sus miembros. Lo integran doce países, que estarían formando la zona de libre comercio más grande del mundo; ello supondría el 40 % del comercio mundial y un mercado de quinientos millones de habitantes. En un mundo en el que es innegable que el multilateralismo está trancado y se juega a los acuerdos bilaterales o regionales, estamos quedando rezagados, y eso también es innegable. En esta materia no hay forma de recuperar las oportunidades perdidas. Si queremos desarrollarnos, seguir creciendo, seguir generando empleo de calidad y combatiendo la pobreza, hay que negociar y abrir nuevos mercados. Esa es la base de todo esto.

(…)

Muchas cosas se dijeron sobre el TISA; muchas de ellas se han reproducido hoy aquí y ha habido numerosos cuestionamientos, uno de los cuales comparto. Me refiero al secretismo; no me gustan las negociaciones secretas, máxime cuando se negocia un tratado. No me gusta el secretismo porque me genera desconfianza y además porque el Parlamento debía estar informado. Como dijimos antes, se trataba de un tema que se iba a discutir ampliamente en el Parlamento; ninguna de las dos Cámaras iba a aceptar que se aprobara un tratado a tapas cerradas, sino que se iba a dar una amplia discusión para la que debió gozarse de mucha información que, sin embargo, no hubo.

Entre muchas otras cosas con respecto al TISA, se ha dicho que atenta contra la soberanía y el patrimonio nacional, que es una alianza neoliberal construida para evadir regulaciones y controles parlamentarios, que opera para beneficio de las grandes compañías privadas transnacionales, que apunta a eliminar controles y obstáculos para la liberalización global de los servicios financieros y que atenta contra los derechos de los trabajadores. Lo cierto es que si las cosas son efectivamente así, no estaremos ahí para intentar evitarlo, y estamos corriendo el riesgo de ser discriminados en el acceso al mercado de servicios y de tener que adoptar normas que otros negociaron entre ellos, sin capacidad alguna para incidir.

Un acuerdo de servicios no supone de antemano la eliminación de monopolios y mucho menos de los servicios prestados por empresas estatales en régimen de competencia, como tampoco implica la pérdida del poder regulatorio del Estado sobre el sector servicios. Nada de eso está presupuesto en un tratado de liberalización de los servicios. Todo depende de lo que se acuerde y nosotros hemos renunciado de antemano a dar esa batalla.

La señora senadora Xavier se preguntaba dónde estaban las oportunidades, y lo cierto es que en toda negociación de un tratado se abre una oportunidad; lo que no vamos a poder hacer es concretar ninguna porque no vamos a estar allí. No podremos evitar lo malo ni ganar nada bueno para nosotros porque decidimos, de antemano, quedarnos afuera.

El enfoque que se ha impuesto, a través del Frente Amplio, parte de la visión de que el libre comercio debe limitarse al comercio de bienes. Cuando se habla de socios comerciales y de las relaciones con ellos siempre se mencionan los países con los que tenemos comercio de bienes. Se piensa que todo tratado de libre comercio afecta a la producción y al empleo de los países firmantes; ese es otro de los falsos supuestos de los que se parte. Toda esta concepción hoy está totalmente obsoleta. En la actualidad, los principales flujos de comercio consisten en el comercio de servicios, de conocimientos y de producción tecnológica.
Si la crítica al libre comercio es –como lo hemos escuchado reiteradamente desde la izquierda– que el ganador es siempre el imperialismo –léase Estados Unidos y sus intereses–, advertimos que en la actualidad los grandes centros imperialistas son, entre otros, Internet, Google, Linkedin, Taobao y Xiaomi, de China. Según las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, el crecimiento del producto y el del comercio mundial se están desacelerando al mismo tiempo. El comercio de servicios, aunque menor en la actualidad, es mucho más dinámico y ha crecido más que el de los bienes en las últimas décadas.

Solamente quisiera agregar un dato: en el mundo desarrollado, el 74 % de los empleos se genera en el sector de servicios, con una importantísima presencia femenina. Por otra parte, este sector ha mostrado, tanto desde el punto de vista del peso en el producto bruto, como en el comercio y en el empleo, una resistencia mucho mayor que el comercio de mercancías ante la crisis de 2008; cayó menos y se recuperó mucho más rápidamente. Uruguay es un gran productor de servicios –no podemos soslayar ni olvidar eso– al igual que de tecnología, fundamentalmente de software. Reitero que los servicios son el 50 % de nuestro producto y el 26 % de nuestras exportaciones. Por ello, quedarse fuera de los grandes acuerdos que se están negociando en estos rubros y limitarse a promover únicamente los bienes tradicionales como, por ejemplo, la carne, la lana, el arroz o la soja es mantener una situación más semejante a la que vivíamos en el siglo XX que la que estamos viviendo en el siglo XXI. El comercio ha sido uno de los factores más importantes en nuestro crecimiento económico. Nuestros principales socios, además del Mercosur, son China, la Unión Europea, Estados Unidos, Rusia, México, Chile y Perú. Todos nuestros mercados están negociando acuerdos bilaterales y dando preferencia a otros países, incluyendo competidores nuestros, como Australia, Nueva Zelandia o Chile, entre otros. China tiene 16 acuerdos; la Unión Europea, más de 40 y está negociando 10 más; Estados Unidos tiene más de 15.

Los productos que exportamos son de base agropecuaria y son los que cuentan con mayor protección. Las escasas mejoras que se están logrando en la reducción de aranceles y en la ampliación de cuotas se están dando por la vía de estos acuerdos bilaterales, de los cuales no formamos parte. Además de la desventaja arancelaria en que esta situación nos coloca, estos acuerdos generan otro tipo de sinergias; me refiero, por ejemplo, a la cooperación regulatoria o a la promoción de inversiones, pero de todo esto estamos afuera.

Señora presidenta: o asumimos la realidad y nos subimos al mundo o estaremos comprometiendo el crecimiento y el desarrollo, y por lo tanto, el progreso y el bienestar de las futuras generaciones.

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