Estamos en estado de emergencia en varias áreas de la vida nacional: en educación, en seguridad y también en materia de infraestructura.
Esos son los grandes problemas del Uruguay hoy. Son el techo que nos ponemos como país para llegar al desarrollo. Si no mejoramos ahí, no hay perspectiva de mejoras sustentables.
En el caso de la educación y la seguridad nos pega directamente en nuestra calidad de convivencia, nos pega en el modelo de sociedad que fuimos y en la que queríamos ser: justa, integradora, armónica y pacífica.
Hoy no somos eso.
Estamos transitando hacia una desintegración social cada vez más palpable. Hay sectores sociales del Uruguay que no tienen niveles de identidad con otros sectores sociales del mismo Uruguay.
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No hay sentido de comunidad. Compartimos territorio pero poco más que eso. No hay expectativas ni aspiraciones sociales comunes. Sectores sociales que se sienten amenazados e incomprendidos recíprocamente. Eso no es ser una sociedad integrada.
Tampoco somos integradores cuando desde el sistema educativo lo que se hace es reproducir desigualdades y repartir inequitativamente las oportunidades. En nuestro país, el origen económico y territorial de una persona determina su destino. Y eso es lo menos justo que podemos construir.
En materia de seguridad pasa otro tanto. Nos enfrascamos en discusiones estériles. Más enfocados en las formas que en el fondo.
Es hora de hacer. Hacer cosas, construir respuestas. Con menos cháchara. La sociedad uruguaya merece respuestas.
Pero más allá de los merecimientos, la sociedad uruguaya está madura para exigir respuestas.
Ya no corre el cuento que hay malos de un lado y buenos del otro.
La gente tiene que exigir respuestas sensatas. Y quien debe estar madura para dar esas respuestas es la política. Los políticos.
El asunto es que a veces -muchas-, la política -los políticos- ponemos por delante nuestras pequeñeces.
Creo, sin demasiado temor a equivocarme, que el origen de los grandes problemas del país está en no haber asumido por parte del sistema político que primero está la gente.
En la vida y en la política hay que elegir. Siempre se elige. Se elige qué intereses representar, qué intereses defender. En definitiva se elige qué problemas resolver.
Siento que en Uruguay desde la política se ha elegido resolver los problemas de los políticos y no los problemas de la gente.
Siempre he sostenido que los problemas no se visten ni de colorado ni de blanco ni de frenteamplista. Son problemas. Y las respuestas no pueden estar en función del interés de los políticos sino de la gente. Esto, que parece de Perogrullo, es la esencia de la calidad democrática. Y es por ese déficit en las respuestas que hay mediciones en donde se resiente la confianza de los uruguayos en el propio sistema.
¿Cómo no se va a resentir si el ejemplo que damos desde la política es discutir entre nosotros por posiciones o por salir mejor parados de una discusión pública?
Hay que cambiar la cabeza.
El Frente había prometido ese cambio. Pero ese cambio no llegó,. Porque ante cada disyuntiva que ha tenido entre resolver los problemas de todos o sus propios problemas, eligió resolver su interna. Cada vez que tuvo la oportunidad de pensar un poco más allá de sus fronteras, no lo hizo, se refugió en sus radicalismos -y radicales-, y nos llevó a todos a no poder aprovechar un período de extraordinaria bonanza.
Por esa lógica política estamos trancados en materia de educación y seguridad. Hay proyectos de cambio que no se aprueban a pesar de tener el visto bueno de un Poder Ejecutivo que elige componer adentro antes que buscar acuerdos afuera de su fuerza política. Por ejemplo, se entregó a la educación a los corporativismos que, precisamente, están enfocados a no representar el interés general.
La gran mayoría del país está convencida que hay que cambiar la educación, hasta el propio Presidente prometió el cambio de ADN, pero si resuelve cambiar se le abre un problema al partido de gobierno.
La gran mayoría del país está convencida que hay que cambiar la política de seguridad, hasta el propio Presidente convocó a los partidos a dialogar, pero no hubo cambio porque hay sectores del Frente que se niegan a modificar el rumbo.
Y así seguimos instalados en los mismos problemas de hace años. La misma noria de siempre.
Si permanecemos todos parapetados en “la nuestra” vamos a seguir sin alcanzar los cambios necesarios.
Hay que cambiar la cabeza. Esa es quizás, la emergencia simbólica más relevante para el país. Ponernos todos como deber: resolver ya los problemas de los uruguayos y no los problemas de los políticos y abandonar las mezquindades y egoísmos para que vuelva a estar primero la gente.
El país y la gente urgen paz, progreso y esperanza.
Jorge Larrañaga