Por estos días Primaria se ocupa y preocupa de dos asuntos que la distraen de los verdaderos problemas que debería resolver: dar condiciones satisfactorias a la incorporación de niños de tres años que están fuera del sistema; fortalecer políticas para asegurar la asistencia regular de los escolares, por su incidencia en los aprendizajes; mejorar sustancialmente los aprendizajes en matemáticas, ciencias y lenguas, donde prácticamente la mitad de los escolares de 6° año no alcanzan el nivel mínimo; diseñar políticas para una detección temprana de dificultades de aprendizaje y dar respuestas personalizadas para la superación de los alumnos, evitando el fracaso escolar. No, en lugar de ello se ve abocada a discutir el color de la túnica y, ahora, por una descaminada y populista iniciativa de su Inspectora Técnica, una modificación del régimen que regula el sistema de los abanderados.
Esta cuestión de los abanderados, a primera vista un tema menor, trasmite simbólicamente cosas significativas a la sociedad, a las familias y a los escolares. Esto nos induce a ocuparnos contra nuestra voluntad del tema. La propuesta de la señora Inspectora Milka Shannon sustrae del mecanismo de selección de los abanderados, los méritos, esfuerzos y logros de los escolares. Remite la selección únicamente a la votación por los escolares de 6° grado, donde todos -sin tomar en cuenta calificaciones o asistencia-, pueden ser elegidos en pie de igualdad.
A su vez, se prevé la elección de un elenco numeroso, de modo que se pueda dar una amplia rotación de los abanderados. ¿Qué motivó a la Inspectora Técnica a impulsar este cambio, que deja en la banquina precisamente el factor meritocrático, que es un fundamento clave de la escuela pública vareliana? En efecto recordemos que José P. Varela, en su obra «La Educación del Pueblo», refiriéndose a la gratuidad de la escuela pública en la gestación de un espíritu igualitario en la sociedad sostuvo: «Los que una vez se han encontrado juntos en los bancos de una escuela, en la que eran iguales, a la que concurrían usando de un mismo derecho, se acostumbran fácilmente a considerarse iguales, a no reconocer más diferencias que las que resultan de las aptitudes y las virtudes de cada uno: y así, la escuela pública es el más poderoso instrumento para la práctica de la igualdad democrática». (Cap. 10) En la escuela vareliana la práctica de la igualdad es compatible con las diferencias que resultan de las aptitudes y virtudes de cada uno, que es lo que se desconoce en la iniciativa de la Inspectora técnica.
Para explicarnos esta novedad no se me ocurre otro impulso que aquel proveniente de una ideologización deformante, que busca un reparto igualitario de la distinción sin advertir que con esto la devalúa.
Una escuela donde el mérito no importa, iguala hacia abajo, en lugar de ser una escuela de calidad para todos. Hay un sentido simplificador del concepto de igualdad que pretende que la justicia se realiza si no se admite ninguna distinción, donde es igual si se hacen esfuerzos y se trabaja con ahínco a si no se hace nada, da lo mismo si se asiste con regularidad a si se lo hace irregularmente, no debe diferenciarse entre aquel alumno de comportamiento correcto, amable con sus pares, solidario y comprometido, del que no reúne ninguna de estas cualidades. En definitiva la única cualidad que interesa es la popularidad entre sus pares. La fundamentación es aplicar el principio democrático del voto.
El régimen vigente que proviene de una Circular de 1990, en cambio, determina que los escolares que llegan a 5° con calificación de Muy Bueno o más, con buena asistencia y conducta, son candidatos a abanderados y entre ellos se vota luego para elegir a los que poseen características destacadas de solidaridad y esfuerzo. Compartimos con el Consejero Florit que el reglamento vigente «combina en forma prudente e inteligente las dos dimensiones, la meritocrática y la democrática». También la Ministra de Educación se expidió contra la innovación, argumentando que «es importante premiar la capacidad, la entrega, la dedicación al estudio y el trabajo». Deben considerarse dos situaciones que sea buen estudiante y que tenga capacidad para su relacionamiento social. Concluye que «Estimular buenos alumnos es importante». Es un juicio criterioso.
El distinguido filósofo de la política Michael Walzer, escribió hace unos años el influyente libro «Las esferas de la justicia», un alegato en defensa del pluralismo y del igualitarismo político. Sostiene el autor que una sociedad democrática requiere la «separación de esferas», de modo que cada una de ellas posea una relativa autonomía. Para este autor todo bien social constituye una esfera distributiva autónoma, que se rige por ciertos principios propios y dentro de la cual solo ciertos criterios y disposiciones son apropiados.
En ese mundo de esferas, cada una está gobernada por criterios vinculados al bien que la define, llámese dinero, fe, mérito, popularidad, etc. Así, el mercado está gobernado por el capital, las Iglesias por la fe y las creencias que las definen, la política por el voto de la ciudadanía, la salud por criterios científicos, la escuela y la Universidad por los méritos académicos. El autor plantea que para garantizar la justicia como igualdad compleja, es preciso que se respete la peculiaridad de cada esfera e impedir que el criterio rector de una esfera domine en otras, de modo que se pretenda obtener por algún medio aquello que solo puede ser obtenido por otros medios.
Esto es lo que no advierte la innovación que se propone al sustraer el criterio central que define a la escuela, que solo diferencia entre los méritos y las virtudes de los escolares. Una enorme confusión gana a la Inspectora Milka Shannon cuando confunde la categoría de escolar con la de ciudadano. Dice «la nueva concepción, como sucede en la vida real, es que todo alumno pueda ser elector y elegible». Se equivoca la Inspectora, eso no pasa en la vida real y menos si uno busca trabajo. La ciudadanía es una construcción conceptual que abstrae las pecualiaridades de cada persona (raza, posición social, inteligencia, creencias, etc.) para sustentar la noción de «una persona un voto», donde cada voto es igual a otro. Pero eso no puede trasladarse al ámbito de la escuela, el liceo o la universidad, porque destruye lo académico que es su naturaleza y donde deben evaluarse las adquisiciones de los alumnos, sus procesos, sus características personales.
a escuela es un proceso de personalización, la condición de ciudadano una abstracción. Luego el proceso democrático de selección de representantes está intermediado por un proceso complejo que no puede aplicarse a la escuela, como ser que los candidatos a representantes forman parte de partidos políticos, plataformas programáticas, debates públicos sobre problemas de la sociedad, definiciones ideológicas. Basta mencionar esto para advertir que el proceso democrático del voto no es trasladable así como así a la escuela.
Lo significativo de la propuesta de nuevo régimen de selección de abanderados es que pasa el mensaje a la sociedad, a las familias y a los alumnos que el mérito, el esfuerzo, las virtudes personales, la dedicación al estudio y al trabajo, no importan. Todo da lo mismo porque todos son iguales, hagan o no hagan, sean buenos o no lo sean. Este es el mal de los extremos.
Por Daniel Corbo