Cambiar fuerte

El país precisa un proyecto de gobierno bien distinto. Un cambio sustancial, revolucionario.

¿Qué sería de la educación, la seguridad o la propia realidad económica con otros cinco años de gobierno del Frente Amplio?

La oposición -las distintas oposiciones- tenemos la responsabilidad de construir la alternativa al Frente, construir el postfrentismo diciéndole la verdad a la gente.

Y esa alternativa tiene que ser contundentemente clara y precisa. Y tiene que representar un cambio radical en temas claves.

La pésima gestión del Frente puso a muchas áreas del país, patas para arriba. Tenemos más homicidios y rapiñas que nunca antes en nuestra historia. En los primeros 9 meses de este año ya hubo más homicidios que en todo el 2017. Tenemos una tasa de homicidios dos veces mayor a la de Argentina y tres veces a la de Chile. Una violencia como nunca antes.

Tenemos una educación pública que dejó de ser la plataforma para la movilidad social. Dejó de ser el escudo de los pobres. Solo 13 de cada 100 jóvenes del quintil más bajo de ingresos termina el liceo. Hay 140.000 jóvenes que ni estudian ni trabajan.

Tenemos que el 49% de los niños uruguayos son pobres ¿Qué presente les estamos dando, qué horizonte de futuro les estamos ofreciendo?

Tenemos una economía con luces rojas, basada en el endeudamiento y en una desmedida voracidad impositiva. Día a día nos despertamos con noticias de empresas que entran en concordato o directamente cierran,  y de trabajadores que pierden su puestos de trabajo.

Y más allá de la coyuntura, lo más dramático es que lenta pero sin pausa hemos ido perdiendo la sociedad integrada que supimos ser y de la que estábamos orgullosos.

Tenemos pérdida de Valores y calidad de convivencia, y se está agrietando nuestro sentido de comunidad.

Se necesita un giro de 180 grados. Un cambio de rumbo. Un buen futuro para Uruguay pasa por hacer cambios de fondo y no cambios de forma.

La alternativa no puede consistir en maquillar las políticas del Frente; el futuro del Uruguay no es un cóctel donde se puedan diluir las políticas que hasta ahora han llevado a un estrepitoso fracaso.

La alternativa tiene que ser cambio. Un cambio en serio.

Sería una insensatez transitar en una lógica de versión moderada de las políticas del Frente, porque sería la manera de prolongar esas políticas, de seguir instalados en el error. Hacer más de lo mismo, pero distinto, no es cambiar.

No podemos jugar al ¨mucho, poquito o nada¨ con las políticas del Frente. El cambio debe ser manifiesto.

¿La seguridad precisa un cambio gradual o radical? Cuando el problema es el no ejercicio de la autoridad, cuando venimos de un gobierno que confunde ejercer la autoridad con autoritarismo ¿qué tenemos que hacer? ¿Empezar a ejercer la autoridad gradualmente o hacer imperar el orden que emana de la ley de manera inmediata? ¿Tenemos que seguir así o declarar que estamos en guerra contra la delincuencia?

Cuando en la educación la disputa es si mandan los sindicatos o la República, ¿tenemos que hacer un cambio paulatino, gradual o drástico?

Cuando se usa la política internacional como agenda de amistad ideológica y no como plataforma para la inserción comercial del país, ¿hay que cambiar solo un poquito cuando se trata a los países en función de ideologías?

Cuando una líder narco recibe pensiones y asignaciones del Estado, a la vez que vende el veneno que está matando a nuestros muchachos ¿qué habrá que hacer?

El Estado de Derecho ¿se respeta o no se respeta?

La tarea de reconstrucción -cultural y política- que el país demanda, es colosal. Y posible. Deberemos pasar de una cultura que alienta el pobrismo a una sociedad que comprenda que hay derechos y obligaciones, que es la cultura del trabajo y el esfuerzo la que a lo largo de la historia ha garantizado el verdadero desarrollo. Que si no hay cultura del trabajo, lo que hay es cultura de los privilegios.

Hay que modernizar las políticas sociales para que aporten rutas de salida de la pobreza, que no terminen en la trampa del mero asistencialismo, que sean verdaderas políticas de inclusión y equidad.

Hay que pasar del relativismo moral y la posverdad, donde lo político se afirma sobre lo jurídico, donde las palabras pesan más que los hechos, a una sociedad donde se respete la norma, la ley, la verdad, donde se respete al otro.

Hay que promover y proteger a la clase media, identificarla como motor económico sí, pero también como amalgama social y cultural del Uruguay. Allí es donde germina la identidad sociocultural nacional.

Hay que poner al Estado al servicio del ciudadano y no al ciudadano al servicio de las burocracias.

Hay que comprender nuestra identidad agroexportadora, y comprender ¨al campo¨ como modo de producción y también como modo de vida.

El cambio que Uruguay precisa solo se logrará si somos audaces, valientes en decir las cosas por su nombre. Si no caemos en la tentación del gradualismo medio pelo, de las reformas a medias tintas. El cambio vendrá si no somos timoratos e indulgentes.

No nos podemos quedar cortos en el proyecto alternativo, porque si eso pasara, no habrá cambio.

Hay que cambiar fuerte. Uruguay no soportaría un nuevo gobierno del FA.

La alternativa debe ser contundente y transformadora, o no será.

El proyecto alternativo tiene que ser bien distinto a lo que nos ha colocado en este estado de cosas.

El país precisa hacer cambios sin miedo.  Sin miedo a pisar callos, sin miedo a corregir los rumbos, sin miedo a defender a los uruguayos.

 

Jorge Larrañaga

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