Palabras del Senador Carlos Camy en representación del Partido Nacional conmemorando los 100 años de la Comisión Nacional de Fomento Rural.
Señora presidenta: con mucho gusto, y en representación del Partido Nacional, nos vamos a referir en esta jornada a la conmemoración de los cien años de la Comisión Nacional de Fomento Rural.
Coincidimos con el senador preopinante en la magnitud del hecho. En un país joven como el nuestro, es en sí mismo importante que una entidad de carácter social, cultural y gremial conmemore cien años, pero fundamentalmente lo es por lo que ha sido en estos primeros cien años el aporte que ha caracterizado a la Comisión Nacional de Fomento Rural cumpliendo cabalmente con la razón de su existencia.
El artículo 3.º de su estatuto señala como uno de los objetivos para los cuales nace esta organización: «Contribuir con todo su potencial al fomento rural, esto es, a la elevación del nivel y de la calidad de vida de la población de la campaña, a la dignificación del trabajo rural y al aumento de su productividad. Para ello buscará la unión permanente de los productores y de los trabajadores rurales y sus familias; tenderá a mejorar las condiciones de infraestructura, producción, comercialización, esparcimiento y cultura en el medio rural; y procurará la participación dinámica de los interesados en las actividades locales y nacionales vinculadas al modo de vida rural».
El artículo 2.º señala que «deberá permanecer neutral en materia religiosa, filosófica y política». Es algo muy propio de este país, muy característico del Uruguay que comenzaba a organizarse con expresiones ciudadanas a principios del siglo pasado.
El sistema de fomento rural se inicia formalmente –como se señalaba– con la creación de la Comisión Nacional de Fomento Rural el 15 de agosto de 1915, a partir de una federación de las comisiones de fomento rural que ya existían. Estas comisiones de fomento –que dieron nacimiento a la Comisión Nacional de Fomento Rural– venían surgiendo en el país desde 1910 en el entorno de las estaciones de ferrocarril. Fueron promovidas por las empresas de ferrocarril, especialmente la inglesa Ferrocarril Central del Uruguay. Tenían el objetivo de mejorar el nivel de la producción agrícola y los servicios en las zonas rurales –de los que naturalmente carecían en los tiempos que referimos–:escuelas, caminos, salud y comunicaciones.
Las comisiones de fomento se relacionaban muy fácilmente entre sí y proliferaban en congresos que empezaron a realizarse trimestralmente a partir de 1915, entre otras cosas porque, precisamente, el respaldo del ferrocarril –¡vaya si eso significaba facilitar la concreción de estas cosas!– hacía posible el traslado de quienes representaban a las distintas comisiones.
Es en el primero de esos congresos, en Minas, en mayo de 1915, que se declara la conveniencia y la urgencia de crear una comisión que nucleara todas estas expresiones representativas de las distintas zonas. El objetivo era impulsar la tecnificación y su presencia para promover la actividad agrícola y también globalizar el esfuerzo de las comisiones de fomento. Desde ese entonces hasta hoy la Comisión Nacional de Fomento Rural ha mantenido incambiada su vigencia como asociación civil con absoluta neutralidad política y religiosa, con una fisonomía de organización al servicio del pequeño y el mediano productor. Ha tenido una actitud que definimos como constructiva, procurando soluciones realistas para las necesidades de los pequeños y medianos productores.
Es inevitable que nos refiramos a algunas de las etapas claves de la historia de esta organización. Si hacemos una evaluación retrospectiva de la Comisión Nacional de Fomento Rural, se pueden apreciar algunos ciclos –determinados en la historia– que definen la participación que ha tenido la comisión en grandes momentos de la agropecuaria nacional y el aporte que va conformando lo que ha sido su tradición de filosofía solidaria y de fomento.
Una etapa puede ser la que constituye la agremiación, la tecnificación y la cooperación que se da cuando surge como instrumento para la modificación del aislamiento del trabajador rural y su consiguiente vinculación con base en el espíritu de asociación. En el medio social de la época constituyó una novedad y puso, sin duda, la piedra fundamental a futuras organizaciones de productores.
Como señalaba el señor senador Agazzi, la primera generación de agrónomos que egresó de la muy joven Facultad de Agronomía acompaña todo ese cuestionamiento a las formas tradicionales de producción agropecuaria y se integra al esfuerzo que canaliza la Comisión Nacional de Fomento Rural para tecnificar el campo y la diversificación agropecuaria, buscando –fundamentalmente, a través de la expansión de la agricultura– la colonización en nuestro país.
A partir de la década del treinta y de la crisis de la economía mundial aparecen las banderas de la agremiación y de la tecnificación identificadas con el origen de esta organización. También surge la cooperación como instrumento de desarrollo económico. En esta época ubicamos como un mojón el Primer Congreso Nacional de la Cooperación, promovido por la Comisión Nacional de Fomento Rural en 1931 y señalado como uno de los jalones importantes del impulso inicial que efectivamente tuvo el cooperativismo en el país.
Otra etapa clave ocurrió luego de culminada la Segunda Guerra Mundial. En ese proceso de reestructura económica y a través del impulso de la Comisión Nacional de Fomento Rural, se sitúa la colonización agrícola, tan importante como otros aspectos básicos de acción que tuvo la organización y a los que ya nos referimos, como ser, la agremiación, el impulso, la tecnificación y la cooperación. Con la colonización se encara la tierra como un elemento de producción y se apunta a diversificarla destinándole usos agrícolas más intensivos y promoviendo como una condición especial el afincamiento de la familia rural en el campo.
En 1945, la Comisión Nacional de Fomento Rural, en el teatro Florencio Sánchez de la ciudad de Paysandú, recoge las pautas y se constituye el antecedente inmediato de lo que sería en 1948 la creación del Instituto Nacional de Colonización. La Ley n.º 11029, de 12 de enero de 1948, permitió que en el Uruguay –como en ningún otro país de la región– se procesara sin estridencias la reforma agraria.
Una tercera etapa transcurrió entre 1945 y 1955 y marcó una activa gestión del Estado orientando los servicios hacia el sector agropecuario. Esto paulatinamente comenzó a decaer y provocó la necesidad de que los propios productores organizados resolvieran aspectos vinculados con el abastecimiento de insumos, de enseres y la colocación de la producción. Este hecho determinó que otra iniciativa de la Comisión Nacional de Fomento Rural se promoviera como un hito importante. Me refiero a la formalización de una cooperativa de segundo grado creada entre las entidades afiliadas a la Comisión Nacional de Fomento Rural, que sirviera como una herramienta económica para el sistema. Ese fue el origen de la cooperativa Calforu, la que en sus primeros años de labor desarrolló una experiencia muy rica, pero que lamentablemente después sucumbió como resultado de distintas situaciones que no viene al caso analizar ahora.
En 1974 se aprueba la Ley n.º 14330, que podemos definir como una herramienta que dio régimen legal al funcionamiento de las sociedades de fomento rural y posibilitó que estas realizaran gestiones económicas, definiendo el autocontrol a través de la propia Comisión Nacional de Fomento Rural. La creación del Departamento de Promoción y Desarrollo de la organización para poner en marcha planes de promoción agraria es parte de ese tiempo. Esto implicaba que los pequeños agricultores agrupados planificaran su producción para así poder comercializar en forma común el fruto de su esfuerzo. En ese marco se lograron las primeras exportaciones hortícolas en el Uruguay.
Señora presidenta: son cien años y es muy difícil abordarlos en forma resumida en este ámbito. Ya hace cien años que la Comisión Nacional de Fomento Rural viene desarrollando su actividad gremial basada en la defensa y en la representación del sector, presentando iniciativas que promueven el desarrollo de los productores familiares organizados. En esta organización ha sido una constante plantear propuestas de políticas diferenciadas dirigidas a los pequeños productores familiares.
Tuve el alto honor de haber sido vicepresidente del Instituto Nacional de Colonización, experiencia que me dejó un saldo muy positivo por la vinculación con casi 5000 colonos de este país, más de 190 colonias y una lógica que expresa como nadie desde la institucionalidad del país el espíritu y los principios en los cuales se inspiraron los fundadores de la Comisión Nacional de Fomento Rural. Creemos enormemente en su vigencia.
Nos plegamos a la celebración de estos cien años y miramos con respeto y ponderación, con sentido de homenaje, el sacrificio, el esfuerzo, el trabajo, la visión, los reclamos y el aporte acumulado en un siglo de trabajo. Alzamos la voz con más fuerza para hacernos eco del actual desafío común: fortalecer y consolidar la institucionalidad, adaptarla a los permanentes cambios que el mundo tiene y a los que nos tenemos que adecuar. Ahora más que nunca estamos convencidos de que, como se ha señalado, la única alternativa para el desarrollo familiar pasa por la capacidad de asociación, pero también por la generación de proyectos empresariales competitivos. Creo en la vigencia y en la interlocución de la Comisión Nacional de Fomento Rural. Quiero hacer una referencia, seguramente injusta cuando en una entidad de cien años se menciona a las personalidades que dieron su esfuerzo y su trabajo por ella, como lo sería cualquier ensayo que promoviera, porque estamos hablando de mucho tiempo: están quienes la fundaron y tuvieron la carga de la visión, y también quienes protagonizaron, de manera singular, esas épocas que, como dijimos, pautaron de una forma más expresiva la definición de este aporte tan importante.
Si el Cuerpo lo permite, me gustaría nombrar a varias personas que, si bien no todas revistaron la condición de presidente, representan a distintos departamentos como Artigas, Río Negro, Flores, San José y Colonia y que, en sus tiempos, fueron el prototipo del aporte que distinguió a la Comisión Nacional de Fomento Rural. Estas personas tuvieron una visión de equipo, de trabajo cooperativo, y pujanza, que también vi –y la quiero marcar como una etapa distintiva de estos cien años– cuando, por el año 2000, en una convocatoria masiva la agropecuaria nacional se expresó, tal vez como pocas veces en su historia, casi invadiendo Montevideo con más de veinte mil productores que reclamaban. Quiero recordar a don Félix Gardiol, a don Hermes Peyronel, al ingeniero agrónomo Emilio Falcone, a don Ernesto McAllister, a don Santiago Fagián, a don Juan Francisco Ferreira, a don Silvio Marzaroli y al doctor Silvio Angüilla. Esta gente, de distintos parajes del Uruguay y definida como de distintos pelos políticos que hacemos a este país, fue parte de la historia. Queremos hacer este homenaje con la objetividad de una institución que, solo teniendo esto, puede durar cien años.
Señora presidenta: el fomento rural, que se inició hace un siglo, sigue vigente y de nosotros depende que se proyecte con más fuerza en el porvenir.
Muchas gracias.