La pasada elección del 27 de octubre marcó el tiempo de cambio que se abre en el Uruguay.
El Frente Amplio -sus cúpulas- han quedado en falsa escuadra y por ello han lanzado un repetido elenco de ataques sobre el Partido Nacional y los partidos con disposición a participar en coalición.
Lo peor es que algunos de sus máximos dirigentes, insinúan y vaticinan -espero no inciten- escenarios de inestabilidad si ellos pierden.
Tienen la soberbia de proclamarse los únicos capacitados para gobernar, los únicos garantes de estabilidad y tranquilidad. Por esa misma soberbia es que el tiempo de cambio llegó al Uruguay.
No hubo inestabilidad cuando ganaron y no habrá inestabilidad cuando pierdan.
Esos ¨fantasmas” desatados en este tiempo son evidencia de su escaso registro democrático y de su exacerbada soberbia. Por ambas cosas se van.
El Frente Amplio -sus cúpulas- se equivocan si creen que su derrota quedará marcada por el 27 de octubre o el 24 de noviembre.
Se empezaron a ir mucho antes; cuando incumplieron promesas.
Se empezaron a ir cuando defendieron a Sendic, cuando fundieron PLUNA, cuando casi quiebran ANCAP, cuando se ataron a Maduro y a la Dictadura venezolana, cuando dilapidaron la bonanza, cuando negaban la inseguridad que sufren los uruguayos, cuando debilitaron a la educación pública; se empezaron a ir cuando se enamoraron del sillón y se olvidaron del pueblo.
Por eso resultan lamentables las declaraciones de referentes del Frente Amplio construyendo sombras para el Uruguay que viene. Lo que deben entender todos quienes fomentan la exaltación de la división es que hay un 25 de noviembre, que cuando pase la estridencia de la elección del 24, en la mañana del 25, hay uruguayos que se levantan a trabajar, que mandan sus hijos a la escuela, que hay PYMES que tienen que llegar vivas, que hay productores que madrugan para trabajar la tierra. Que hay gente sin trabajo, que hay un mañana a construir
El 25 de noviembre hay un país que necesita y reclama soluciones.
No hay derecho alguno en ningún gobernante en comprometer la suerte de un país en nombre de la suerte de su propio partido.
El 25 de noviembre hay que empezar a responder a los uruguayos y uno de los reclamos más claros que surgieron de la pasada elección fue por más seguridad.
El Gobierno del Frente Amplio pasó por varias etapas: liberó presos, quitó facultades a la Policía -también le restó el respaldo político-, cuando los reclamos se hicieron más potentes empezaron a hablar de ¨sensación térmica¨, y siempre han negado el problema de la inseguridad.
Permitieron la falta de respeto, que dé lo mismo trabajar que no trabajar, la tolerancia a la droga, el narcotráfico ganando espacios, la marginación, los barrios prisioneros de la delincuencia, la tolerancia a ocupar espacios públicos, la justificación de la delincuencia como responsabilidad de la sociedad y podríamos seguir.
Esa constante negación por parte del Gobierno nos impulsó a promover leyes que nunca fueron consideradas. Luego promovimos el Plebiscito “Vivir Sin Miedo”. Fuimos a la ciudadanía y la ciudadanía habló. Más de un millón de uruguayos lo apoyó. No fue suficiente para generar el cambio constitucional, pero es sin duda un clamor democrático que debe ser escuchado y respetado.
Los uruguayos tenemos derecho a que el Estado nos cuide. Tenemos derecho a ser protegidos y no permanecer expuestos a una delincuencia desbocada. El sistema político en su conjunto debe contemplar ese reclamo popular y debe empezar por los que gobiernan hoy, porque han sido los mayores responsables del deterioro en la convivencia de los uruguayos.
Ahora Martínez y Leal salen a reconocer ¨el problema¨. Tarde se acordaron que había que hacer algo.
PASARON 15 AÑOS.
Han sido espectadores del declive, han sido culpables de la debacle.
El Estado que no cumple con un rol primordial como lo es garantizar la seguridad de sus habitantes es un Estado fallido.
El próximo Gobierno debe recuperar su rol protector de todos los uruguayos.
O recuperamos la autoridad, el orden y el respeto o ingresaremos en un camino de mayor anomia y degradación social.
Jorge Larrañaga